Aprendiendo a amar

¡Hola amig@! Es un gusto poder saludarte este viernes 1 de diciembre, ya entrando oficialmente a la temporada navideña (y de engorda). En este mes es una oportunidad estupenda para poder compartir de Cristo con las personas que te rodean. Mateo 10:8 dice “Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia.” Dios nos da salud, ha limpiado nuestro pecado, nos llevó de muerte a vida, y habita en nuestros corazones; es tiempo que compartamos de lo que Dios nos ha dado con los demás. Recuerda que el cristiano no está diseñado para encerrarse en la iglesia, sino para poder tocar el mundo con el amor de Cristo. Llévale comida al vago de la esquina, regala una muñeca a una niña de la calle, lleva café a la sala de espera del hospital, o lo que sea que el Espíritu Santo te lleve a hacer. Puede que nadie lo note, al menos aquí en la tierra. En el cielo, le estarás causando una gran sonrisa y un enorme placer a Papá.



Este día vamos a hablar sobre tener amor y compasión por la gente allá afuera. Jesús estableció claramente el segundo mandamiento más importante en Mateo 22:39, “…Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” El problema es que desafortunadamente la mayoría de los cristianos somos egoístas, tal vez inconscientemente, quedándonos encerrados en la casa, o en la iglesia, juzgando a los demás, mientras el mundo cae en pedazos. En la Biblia yo puedo ver un Jesús que no esperaba a que la gente llegara a Galilea a su sinagoga a verlo. ¡ÉL SALIÓ A BUSCARLOS CON AMOR! Lucas 19:10 dice, “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.” Jesús estaba dominado por amor y compasión al punto de morir por la humanidad sabiendo que esta no tenía nada para darle a cambio. Esto me hace preguntarme por qué los cristianos, que se supone tenemos que ser un reflejo de Jesús, podemos llegar a ser los más egoístas tapándonos los oídos a la necesidad de la gente. Nos damos el lujo de “reservar” el amor de Jesús a nuestra familia, amigos, iglesia, y a nosotros mismos. El mundo está infectado de una terrible enfermedad que lo esta matando a pasos acelerados: el pecado. Tú y yo somos dos personas que sin merecerlo recibimos la cura para dicha enfermedad: Jesús. ¿Por qué no compartimos la cura, que no merecíamos recibir, con los demás? O peor aún, ¿por qué nos creemos mejores que aquellos que todavía no han recibido la cura? En los casos raros cuando llegamos a salir de la “cueva de la pureza,” comenzamos a repartir Bibliazos a izquierda y derecha, olvidando que lo que nos conquistó fue el Amor mismo, no un conjunto de reglas. Es demasiado fácil juzgar al mundo y lo que está sucediendo, pero mi pregunta es, ¿estamos amando a este mundo como Jesús nos amó a nosotros?  Romanos 10:14 dice, “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?” Esperamos que el mundo sea alcanzado por Cristo, pero estamos cómodamente sentados en la iglesia juzgando a los demás. Desde el punto que lo quieras ver, el negarse a predicar a Cristo, sea por apatía o por pena, es egoísmo en su más pura expresión. Jesús era alguien sensible a la necesidad del mundo, y no se tapaba los oídos ante las suplicas de la gente, sino que les ofrecía salvación y esperanza. Mateo 9:36 dice, “Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor.” ¿Cuándo fue la última vez que tuviste compasión, no lástima, de alguien? ¿Cuándo en lugar de criticar o burlarte de un borracho te le acercaste a compartirle del amor de Dios? Verás, juzgar o sentir lástima no hace nada; simplemente eres un espectador de lo que esta pasando. Cuando tienes compasión y el amor de Dios está en ti, ese mismo amor te mueve a suplir la necesidad espiritual e incluso física de la persona. No te importa lo que tengas que sacrificar con tal de ayudar a esa persona, porque sabes que hubo Uno que, aunque tú no eras digno, sacrificó TODO por ti. Filipenses 2:6 dice, “el cual (Jesús), siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse.” Cualquier sacrificio que podamos hacer con tal de ayudar a otros es nada comparado con lo que Jesús dejó para salvarnos a ti y a mí. Dios quiere que de ese amor que de gracia recibimos podamos darlo a las demás personas que nos rodean. Juan 13:34 dice, “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; que como yo os he amado, así también os améis los unos a los otros.” No encuentro que Jesús dijera, “Solo a tus hermanos cristianos.” El amor de Dios no me discriminó a mi como no digno de recibirlo; por lo tanto, yo no soy NADIE para guardarme ese amor y no compartirlo con aquellos que lo necesitan. Nuestra meta debe ser tocar con el amor de Dios a las personas que lo necesitan, sin importar quiénes sean, lo que hagan, o de donde sean. Yo quiero que Mateo 25: 34-40 se haga realidad en mi vida: “Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.”


¿Recuerdas cuando en los primeros artículos del blog platicamos sobre cómo Dios es amor puro, y al ser infinito, Su amor también lo es? Juan 15:9 dice, “Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor.” Cuando realmente el amor de Dios está en nosotros y permanecemos en Él, somos incapaces de contener ese amor y por lo tanto este fluye a través de nosotros a las personas que nos rodean. Si alguna vez le preguntaras a un misionero perdido en medio de la selva, o a un pastor que se sacrifica por su iglesia, por qué lo hace, te dirá que todo lo que sufre y hace es puramente por amor a Dios y a la gente. Podremos ser los cristianos más ungidos, que saben más Biblia, que más oran, que menos faltan a la iglesia, etc. pero si no tenemos amor por las personas, no sirve de nada (1 Corintios 13:1-3). Por eso es que muchas veces las personas no crecen espiritualmente, y se quedan estancadas por años o incluso por el resto de sus vidas. Una de las reglas del reino es que Dios nunca desperdicia, desde recursos hasta unción y revelación. Dios no te va a dar más de Su persona si no vas a mostrar Su amor al mundo. No tiene caso que Dios equipe y entrene a un soldado que no está dispuesto a ir a la guerra. Creo que Dios esta llamando a la iglesia en este tiempo a ser un lugar de esperanza y amor, no de juicio y condenación con excusa de la “pureza.” La santidad es clave en la vida del cristiano, si, pero no viene por seguir un conjunto de leyes. Vivir en santidad es resultado de haber estado en la presencia de Dios y haber sido golpeado por las olas del mar infinito del amor de Dios. Para cerrar por esta semana, piensa ahora que es diciembre como puedes expresar con acciones el amor de Dios hacia aquellos que mas lo necesitan. Dios respalda a aquellos que por fe están dispuestos a salir de su área de comodidad a compartir de ese amor que los atrajo al Trono de la Gracia. Deuteronomio 31:8 dice, “Y Jehová va delante de ti; él estará contigo, no te dejará, ni te desamparará; no temas ni te intimides.” ¡Dios contigo y nos vemos el día lunes!

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