Ahí viene el juez...
¡Hola amig@! Es
genial poderte saludar este día lunes, empezando la penúltima semana del año.
La Navidad es un tiempo genial para convivir con la familia celebrando el
nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. Salmo 133:1 dice, “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es Habitar los hermanos juntos en
armonía!” En el cristianismo no existen los “llaneros solitarios,” que creen
que pueden solos y que no necesitan a nadie. Dios puso, entre otras personas, a
tu familia para guiarte, darte consejo, e incluso hablarte directamente. Aún
aquellos familiares que pudieran no ser muy amables son usados por Dios para
forjar tu carácter. Uno de los mejores regalos que Dios le ha dado al ser
humano es la familia. No lo rechaces.
El día de hoy
quiero hablarte sobre algo que muchas veces nos damos el lujo de hacer: juzgar
a los demás. La palabra juzgar significa “Dicho de un juez o un tribunal:
Determinar si el comportamiento de alguien es contrario a la ley, y sentenciar
lo procedente.” Cuando juzgamos a alguien, asumimos el papel de Dios en el
asunto basándonos en nuestro limitado e insignificante entendimiento. Jesús es
bastante claro sobre esto en Romanos 14:4: “¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno?
Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es
el Señor para hacerle estar firme.” Luego en Santiago 4:12 dice, “Uno solo es el dador de la ley, que puede
salvar y perder; pero tú, ¿quién eres
para que juzgues a otro?” A Dios no le gusta cuando nosotros intentamos
hacer su trabajo ¿sabes? Cuando Cristo estuvo en la tierra, Él, que era el
único que podía juzgar a las personas, decidió perdonarlos y ofrecerles
esperanza. Jesús nunca ignoró o justificó el pecado de las personas, sino que
lo enfrentó con amor puro. Juan 8:10-11 dice que después de haber salvado a una
mujer adúltera de ser apedreada, surge el siguiente diálogo entre Jesús y la
mujer, “…Mujer, ¿dónde están los que te
acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le
dijo: Ni yo te condeno; vete, y no
peques más.” Jesús no condenó a la mujer, ni tampoco excusó su pecado,
sino que la perdonó y le ofreció una nueva oportunidad para empezar de nuevo.
Una vez Gandhi, el libertador de la India, dijo, “Me gusta el Cristo de
ustedes. Lo que no me gusta son los cristianos: no se parecen en nada al Cristo
de ustedes.” Tú y yo somos representantes de Cristo en la tierra, y estamos obligados
a actuar como Él actuaría. Sin embargo, muchas veces creemos tener suficiente sabiduría
para tomar los asuntos en nuestras manos. Al juzgar a otro le exigimos que
cumpla algo que ni nosotros podemos cumplir, la ley de Dios, sin saber que al
hacerlo cavamos nuestra propia tumba. ¿Nada bonito cierto? Romanos 2:1 dice, “Por lo cual eres inexcusable, oh hombre,
quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a
ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo (no cumplir la ley).” Al
señalar la falla o pecado de alguien más, basándote en tu soberbia creyéndote
mejor que la otra persona, no haces otra cosa que señalar tu propia incapacidad
para cumplir la Palabra de Dios. Cuando haces esto, haces nula la gracia de
Dios en tu vida, y pasas a depender de tus propias fuerzas y criterio, no del
poder de Dios. Santiago 4:6 dice, “Pero
él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a
los humildes.” Gálatas 2:21 dice, “No
desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por
demás murió Cristo.” Cuando regresas
a la ley (depender de tus acciones para ser justo), renuncias a la gracia que
Dios te da para vivir como Él quiere que lo hagas. Por eso es que juzgar a las
personas que nos rodean es algo muy peligroso para un cristiano. Los fariseos
vivían queriendo que todos cumplieran la ley creyendo que su punto de vista era
el absoluto, señalando los errores de la gente, pero siendo incapaces de ver los
suyos. Jesús en Mateo 7:3 dice, “¿Y por
qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga
que está en tu propio ojo?” Te sorprenderías de lo fácil que es para un
cristiano volverse un fariseo. Muchas veces creemos que ser fariseo es el
aspecto externo, cuando realmente es un problema del corazón. Se puede ser un
fariseo completo y ni siquiera saberlo uno mismo. Creerte justo en tu propia opinión
te aleja de la misma presencia de Dios, ya que Él acerca a los pecadores que
reconocen su necesidad y dependencia de Él. Mateo 7:13 dice, “Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a
justos, sino a pecadores, al arrepentimiento.” Si crees que ya eres lo
suficientemente bueno para juzgar a los demás, ¿para qué quieres a Dios en tu
vida? Juzgar a los demás no es cualquier cosa a los ojos de Dios.
En Juan 1:16
dice, “Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia.” Tú y cada persona que te rodea, sea
cristiana o no, tiene exactamente la misma necesidad diaria de un Dios que le
salve. No hay nada especial ni en ti ni en mí que nos haga estar un escalón más
cerca de Dios que las personas que te rodean. Cada día Dios provee sol,
oxigeno, y vida a cada ser humano en la tierra, sea cristiano o no (Mateo
5:45). Dios no esta interesado en hacer acepción de personas (Romanos 2:11),
porque de ser así nadie podría cumplir la lista de requisitos. Si Dios tuvo
misericordia de todos, incluyéndote a ti, ¿por qué tu no? Aun mas importante,
si Dios pudo perdonarte todos tus pecados y te dio la bienvenida a su familia ¿por
qué no hacer lo mismo? Colosenses 3:13 dice, “soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno
tuviere queja contra otro. De la manera
que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.” Esta semana
mientras se acerca el fin de semana, reflexiona sobre cómo puedes dejar
extender a los demás la misericordia que Dios extendió a tu vida. Ahora que se
acerca el tiempo de convivir con la familia, perdonar a otros es una buena
manera de celebrar el nacimiento de Jesús que tuvo como fin traer perdón a cada
uno de nosotros.
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