Corriendo hacia Él
¡Hola amig@! Deseo que tu semana esté yendo de lo mejor, sabiendo que el
Padre esta con nosotros en todo momento y en cualquier lugar. Deuteronomio 31:8
dice, “Y Jehová va delante de ti; él
estará contigo, no te dejará, ni te desamparará; no temas ni te intimides.”
Él irá a la cabeza peleando las batallas que ni tú ni yo podemos ganar por
nosotros mismos. La fuente de nuestra fortaleza es nuestra rendición a Él. Una
vez que nos entregamos totalmente a Él, entonces el Padre viene y nos da de su
respaldo, aprobación, y aceptación. Incluso si pecamos, Dios promete lavarnos y
continuar caminando con nosotros. Él quiere acompañarnos cada día como Él
estuvo con Jesús durante Su tiempo en la tierra. ¡Definitivamente Dios es un buen
Padre!
El día de hoy quiero hablar de que es lo que pasa cuando ya estando en Cristo
la regamos y volvemos a caer. El ser hijo de Dios no significa ser perfecto,
sino caminar de acuerdo al propósito de Dios y estar consciente de como Él
quiere que vivamos. Efesios 4:1 dice, “Yo
pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con
que fuisteis llamados.” Esto se refiere a vivir a la altura del llamado de
un hijo de Dios, manteniéndonos santos para Él. El problema hoy en día es que hay
muchos jóvenes que cuando pecan o la riegan, la condenación y el remordimiento los
envuelven y aíslan de la presencia de Dios. Yo era parte de esa cantidad de jóvenes
que tienen temor de regresar a la casa del Padre por estar hundidos en la
condenación. Proverbios 24:16 dice, “Porque
siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; Mas los impíos caerán en el
mal.” Esto es lo que hace la diferencia entre un hijo de Dios y una persona
que no le cree. La intención del diablo es que con la condenación y el
remordimiento te quedes tirado en el suelo ¡porque es donde él está! La Biblia
establece en Romanos 8:1, “Ahora pues, ninguna
condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan
conforme a la carne, más conforme al espíritu.” Lo único que te podrá limpiar
de ese pecado es la sangre y la presencia de Jesús. Por esto el diablo
intentará apartarte de inmediato de Jesús por medio de la intimidación,
condenación, rechazo, remordimiento y culpabilidad. Si logra impedir que corras
a los brazos de Papá a pedirle perdón y de Su gracia, entonces podrá seguirte
golpeando y provocar que caigas más profundo en el pecado. Por eso es que hoy en
día hay generaciones completas por los suelos, hundidos en la condenación y en la
culpabilidad mientras Dios espera a que vengan confiadamente a buscar a Papá. Isaías
1:18 dice, “Venid luego, dice Jehová, y
estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán
emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.”
Dios no te excluye o aparta de Su presencia, ni te echa de casa; Él mismo te
llama a Su presencia para purificarte y que te vuelvas a levantar. Por algo es
que Dios le puso a su trono el TRONO DE
LA GRACIA, para que cada vez que uno de sus hijos caiga y haga lo malo Él
lo pueda limpiar y ponerlo en pie de guerra una vez más. En 1 Juan 1:9 Pablo nos
dice, “Si confesamos nuestros pecados, él
es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.”
Dios no te pide que te flageles, ayunes, o rasgues tu ropa, sino que
simplemente vayas con humildad delante de Él, confieses lo que hiciste mal, y
que tu corazón tenga arrepentimiento genuino para que Él te abrace y Su pureza
y santidad laven tu pecado. Dios es sin lugar a dudas el mejor Papá que puede
haber en el mundo.
El diablo le ha vendido al cristiano a idea de que cuando peca, tiene que
apartarse de Dios, arreglar su pecado o su error, y entonces ya venir a la
presencia de Dios. Parecemos olvidar que antes de conocer al Señor, por
nosotros mismos no podíamos con el pecado. ¿Por qué creemos que podemos por
nuestra propia cuenta arreglar lo que está mal en nosotros? Tito 3:5 dice, “Él nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino
conforme a su misericordia, por medio del
lavamiento de la regeneración y la renovación por el Espíritu Santo.”
Por mí mismo no puedo ser bueno ni arreglar los defectos que yo tengo, ni
compensar o limpiar mi corazón cuando peco. Yo en mis propias fuerzas estoy
destinado al fracaso y a volver a caer. Necesito estar en la presencia de Dios
y exponerme a Su Espíritu para ser renovado y perdonado. Cuando peques no es
tiempo para que te alejes de Dios, sino para que te acerques aún más íntimamente
que antes. Si el diablo logra cortar tu fuente de vida, tu relación con el
Padre, entonces comenzarás a morir en vida mientras vuelves a ser consumido por
el pecado. Dios no quiere que un pecado te aparte de Su presencia, y mucho
menos que tú mismo te excluyas de Su ella. Él ya proveyó el remedio perfecto
para esta situación: el sacrificio de su hijo Jesús. Efesios 1:7 dice, “En Él tenemos redención mediante su sangre,
el perdón de nuestros pecados según las riquezas de su gracia.” Ya no hay
nada que pueda impedirte acercarte al Trono de la Gracia a pedirle a Dios que
te lave y transforme. Toda la condenación ya cayó sobre Jesús para que tú y yo
ya no tengamos que seguir cargando con ella durante nuestra vida en la tierra. Muchas
veces cargamos con el peso de la culpa y el remordimiento por cosas que hemos
hecho en el pasado o presente. Romanos 8:15 dice, “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez
en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual
clamamos: !!Abba, Padre!!” Ya no somos extraños o extranjeros, sino hijos amados
y que encuentran su lugar en el corazón del Padre celestial.
Comentarios
Publicar un comentario